
Mientras caminábamos estaba pensando en que a Edward no le he contado una de mis mayores aficiones: la pintura.Hacía casi 2 años que no pintaba. Me encantaba pintar cuadros como alguna flor del campo, un jarrón, y hasta a mi madre. Se me daba muy bien pintar.Pero por alguna razón lo dejé, ya no tenía tiempo y creo que ahora era el mejor momento de volver.
-Edward,-le dije mientras nos sentábamos en la hierba- hay una cosa que no te he dicho.Me encanta pintar. En el sótano de mi casa hay muchos cuadros mios y quería enseñártelos.
-Claro, me gustaría ver como pintas.- me dijo, con una ancha sonrisa.
-Si quieres te puedo pintar a ti, sería interesante.-le dije.
-¿Sabes pintar personas, como un retrato?-dijo extrañado.
-Si, tengo cuadros de mis padres.
-Pues que estamos esperando. Sube a mi espalda.-dijo.Y dicho y hecho me monte sobre su espalda.
Llegamos en menos de 10 minutos a mi casa, me aseguré de que no estaba mi padre y entramos.
-Vamos para bajo.-dije al mismo tiempo que el me cogía de la cintura y bajamos a un tiempo irreal.
-Que rápido.- dije ya sin aire.
-A ver... siéntate en ese taburete.-le señalé- y no te muevas.
Se sentó y se quedó igual que una estatua. Cogí la tiza negra, y empecé a pintar.
Edward no se movió ni un milímetro de donde estaba, ni hablo, ni siquiera respiró.Terminé antes de lo previsto.Y le dije:
-Ya te puedes mover.Mira a ver como ha quedado.
Se levantó y se lo enseñé.Él frunció el ceño.Me asusté.
-¿Esta mal?- pregunté, el frunció más el ceño.
-¿Tan mal?-volví a preguntar.
-No Bella, esta muy pero que muy bien. Me encanta.
Se acercó a mi y me besó.Que mágico fue.